lunes, 22 de marzo de 2010

Viaje a la Luna

El cine nació el 28 de diciembre de 1895 cuando los hermanos Lumière mostraron al mundo 'La llegada de un tren a la estación de Ciotat', filmación en la que por primera vez se observaban imágenes en movimiento, grabadas con la máquina que ellos mismos habían inventado, el cinematógrafo. En alguna ocasión he escuchado contar a mi madre como se asustó al ver en el cine "Piratas del mar caribe" cuando era sólo una niña, se apreciaba un barco gigantesco que se aproximaba a la pantalla, lo que provocó que pensase que la nave iba a salir de la pantalla. Algo similar ocurrió al proyectar la cinta de los dos hermanos franceses, pues algunas de las personas que habitaban la sala decidieron abandonarla asustados.



En 1897, Eduardo Jimeno alumbra “La salida de misa de 12 de la Iglesia del Pilar de Zaragoza”, la que sería la primera película española y que tuvo una duración de algo más de dos minutos.

En nuestro tiempo, en el que el mundo ha acudido en masa a las salas de cine para visionar Avatar, la multimillonaria producción de ciencia ficción escrita y dirigida por James Cameron ("Terminator", "Abyss", "Titanic",...), no está de más recordar la película pionera en el género, "Viaje a la luna", filmada en 1902 bajo la dirección de Georges Méliès, está rodada en blanco y negro y sin sonido.



La película, basada en dos libros de sendos genios de la literatura fantástica, "De la Tierra a la Luna" de Julio Verne y "Los primeros hombres en la Luna" de Herbert George Wells, narra como un grupo de astrónomos construyen un cohete que será lanzado por un cañón hacia la luna portando a bordo tripulación. La nave impacta en el ojo del satélite terrestre, escena que dará lugar a una de las imágenes más populares de la historia del séptimo arte. Una vez en la superficie lunar y tras dormir al raso, hallan en una gruta a los selenitas, que les atacan y a los que destruyen a base de paraguazos (parece una constante en el cine de ciencia ficción que se invadan otros planetas por la fuerza, ¿será el reflejo de nuestra propia naturaleza?). La flora es extraña, se observan hongos descomunales que se elevan. Los astrónomos, perseguidos por los extraños seres lunares, huyen hasta la nave, introduciéndose cinco de ellos, un sexto consigue, tirando de una cuerda, que el cohete descienda por un precipicio hasta amerizar en la Tierra.

Primera parte



Segunda Parte



Méliès trató de vender la película en Estados Unidos, pero técnicos que trabajaban para Thomas Alva Edison lograron hacer copias y distribuirlas por todo el país, y a pesar de que fue un éxito, Méliès nunca obtuvo ingresos por su explotación.

El resultado es impresionante, me parece una película altamente imaginativa a nivel técnico, aunque los movimientos de cámara son simples, destacan efectos visuales como la sobreposición.

Una pieza imprescindible y de bella factura que logra que esbocemos una sonrisa al verla, al mismo tiempo que nos sorprende a pesar de tener más de cien años.

miércoles, 17 de marzo de 2010

¡Qué bello es vivir!

He decido inaugurar las entradas en el blog con la película que le da nombre a este espacio, a esta nueva ventana al mundo. En primer lugar porque su título es evocador, y además porque mantiene un discurso vitalista y positivo, muy necesario en estos tiempos que nos acompañan, en los que estamos viviendo una situación similar a la de las crisis que precedieron a la cinta. Un clásico emitido cada navidad debido a un error en el registro de los derechos de autor, pero que no pierde su fuerza por muchas veces que se reponga. A los que ya la hayáis visto, os invito a recordarla, a los que no lo hayáis hecho aún, no perdáis la ocasión de verla.

La película está inspirada en el cuento “Canción de Navidad”, de Charles Dickens. Dirigida en 1946 por Frank Capra (“Sucedió una noche”, “Vive como quieras”, “El secreto de vivir”…), y protagonizada por James Stewart (“Anatomía de un asesinato”, “Harvey”; “Historias de Filadelfia”…) y Donna Reed (“De aquí a la eternidad”, “La última vez que vi París”, “El retrato de Dorian Grey”…).

Rodada tras la gran depresión y la segunda guerra mundial, en clave de comedia y drama, se esfuerza por mostrarnos un punto de vista optimista y esperanzador ante los problemas que atenazaron a Europa y Estados Unidos durante esta época. Capra, quien también produce la cinta, enfrenta el ideal del ciudadano medio que se esfuerza por sobrevivir, de la mejor manera posible, al del tirano especulador que se enriquece a costa de aquellos que le rodean.



Mediante flashbacks se nos muestra la vida de George Bailey (Stewart), desde su infancia, en la que por salvar a su hermano pequeño, Harry, de morir ahogado, pierde la audición en el oído izquierdo (hecho que le impedirá ir a la guerra en la que su hermano se convertirá en un héroe), pasando por una juventud llena de sueños y aspiraciones que le lleven más allá de su pueblo. Pero las circunstancias mandan, y George, ha de aparcar sus aspiraciones para hacerse cargo del negocio familiar, una pequeña sociedad prestamista, cuyo fin último no es el de enriquecerse, sino el de prestar un servicio de ayuda a sus convecinos para que éstos puedan sacar a sus familias adelante.

Cuando George se ve arruinado y sin salida, decide poner fin a su vida, momento en el que su entrañable ángel de la guarda (Henry Travers) hace aparición para salvarle la vida, y de este modo ganarse sus alas, y mostrarle qué habría pasado en el pueblo si no hubiese nacido, punto de vista repetido posteriormente hasta la saciedad en cientos de películas.

A destacar especialmente su fotografía (en blanco y negro), una canción popular americana convertida en banda sonora y las interpretaciones de sus protagonistas, sobre todo la de un James Stewart magistral.

Cierto que fuera de las pantallas de cine, cuando los caminos se tuercen, nunca aparece un ángel para recordarnos que somos mucho más importantes de lo que nosotros mismos creemos. Pensar acerca de la influencia positiva que ejercemos sobre los demás es un ejercicio que todos deberíamos hacer de vez en cuando, sin recrearnos en él, pero siendo conscientes de nuestro propio valor aceptando la vida tal y como es y no como nos gustaría que fuese. Debemos de tratar de hacer bueno el proverbio de Epicteto: “No pretendas que las cosas sean como las deseas; deséalas como son”.